Barcelona es la cuarta ciudad del mundo preferida para ir a trabajar, según una encuesta realizada a más de 350.000 trabajadores en 200 países. Es uno de los factores que han conseguido que, entre 2016 y 2018, 24 multinacionales tecnológicas hayan abierto centros tecnológicos en la ciudad.
Trabajar en una gran empresa es muy atractivo para ingenieros, científicos y técnicos. Suelen ofrecer un buen sueldo, una posición estable e infraestructura para desarrollar proyectos interesantes.
Pero también atraen a una serie de mentes inquietas y pasionales que, con el tiempo, dejan estos trabajos tan atractivos para montar una startup. La antítesis de la multinacional.
Podríamos definir una startup como una empresa de reciente creación, muy tecnológica, y sobre todo innovadora tanto en I+D como en modelos de negocio. Intentan crear algo nuevo, o bien vender el mismo producto de una manera nueva e ingeniosa.
Estos emprendedores, según el folklore, son jóvenes iluminados cuyas oficinas tienen recreativas y mesas de ping-pong. En la realidad, suelen ser equipos hacinados en un coworking o desde sus casas, trabajando largas horas y fines de semana por un sueldo inferior al de mercado.
Y una promesa: cambiar el mundo.
Todo empezó en los 90
A día de hoy, apostar por la creación de empresas tecnológicas parece algo evidente, casi un oxímoron. Pero en plena resaca post-olímpica, fue una decisión valiente de un grupo de visionarios: reconvertir una zona de naves industriales y fábricas abandonadas en un hub de ingeniería.
A finales de los 90 la tecnología en Barcelona era un campo abonado pero aún sin frutos. El sector competía frontalmente por un espacio premium —tanto físico como humano— contra el mayor motor económico de la zona: el turismo. Un motor que mientras escribo estas líneas genera amargos debates políticos y sociales en la ciudad, pero al que sigue siendo difícil renunciar.
En el sur de Europa habrá muchas capitales con playa, pero sólo una hizo una apuesta estratégica por la economía del conocimiento apoyada por una regeneración urbana. Se trata, claro, de Barcelona.
Quizá sea ya el momento de reconocer a todos los partícipes el éxito tecnológico que se está consiguiendo en la ciudad. Pero empecemos por el principio.
El Plan 22@ Barcelona
Tengo la gran suerte de trabajar y conocer de primera mano el llamado 22@ (pronunciado veintidós arroba), un distrito de Barcelona con un nombre que rebosaba modernidad en 2006 pero que a día de hoy, seamos sinceros, ya suena algo anticuado.
Este proyecto urbano pretendía, en esencia, continuar las transformaciones de la Barcelona Olímpica y renovar una de las zonas más descuidadas: los barrios costeros de la Marina y el Poble Nou, llenos de pisos en mal estado, barracas, y naves industriales en desuso.
Desde el Ayuntamiento se propuso darle un enfoque diferente: ¿y si en vez de construir más bloques de pisos, hacemos una zona friendly para empresas? Citando la web oficial:
El proyecto 22@Barcelona […] favorece las sinergias entre las universidades, […] los centros tecnológicos, los centros de investigación y la actividad productiva en general y mejora la eficiencia del conjunto, ya que garantiza la disponibilidad de una amplia oferta de capital humano altamente calificado y favorece, a su vez, la colaboración de sus equipos de investigación con las empresas.
Además, fuera por conservación del patrimonio, o por ahorrar, se contrastó este espíritu noventero-moderno del concepto «Arroba» con la realidad arquitectónica. En vez de demoler las antiguas fábricas y construir edificios nuevos, se restauraron las fachadas de aquellas más emblemáticas y se convirtieron en espacios diáfanos de oficinas.
Diez años después, en una de estas fachadas dice así: «Amazon» sede europea de la segunda empresa más importante del mundo.
De otros edificios emblemáticos como la sugerente Torre Agbar, pronto colgará otro cartel: Facebook Mediamarkt Lidl Oracle y otras muchas mas
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